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Forrando las ciudades con césped artificial

Moisés S. Palmero Aranda Educador ambiental


Al apretar «la calor», en plena emergencia climática, somos más conscientes del arboricidio en
nuestras ciudades. Encontrar la sombra de un árbol para resguardarse, protegerse y
refrescarse es una odisea, y si está junto a un banco para descansar es uno de esos pequeños
milagros, solo comparable a lo de los panes y los peces.
Pero la gilipollez va en aumento. Perdonen la grosería, pero me he cansado de buscar
eufemismos. La nueva moda es sustituir zonas de vegetación natural por césped artificial, en
rotondas, medianas y donde se tercie. Se ve que comprado al por mayor, le hacen precio de
amigo.
Este absurdo solo se entiende desde la visión cortoplacista de la economía, sin pensar en el
futuro y en las consecuencias ambientales y sociales. Es más barato plastificar el suelo, que
mantener jardines. Luego lo edulcoran con excusas gastadas de sostenibilidad, ahorro de agua,
cambio climático, y con promesas y presentaciones de megaparques donde predomina el
cemento, la ausencia de árboles y los juegos infantiles sobre suelos de plástico, pero reciclados
que da más puntos.
Presumen de planes botánicos, acuerdos con la Universidad, plantación de árboles con
escolares o jardines mediterráneos. Naturaleza concentrada en un puñado de hectáreas, que
son la suma de todos los metros cuadrados que deben dejar por ley como compensación por la
urbanización de las ciudades, que es lo que genera IBI.
Siempre llegamos tarde a todo. Mientras en otros países, están quitando asfalto, cemento, y
pensando refugios climáticos con arbolado, nosotros hacemos lo contrario, y nos presentamos
a las elecciones, prometiendo toldos en las calles, maceteros modernistas, plazas diáfanas para
conciertos, alquitranado de solares para aparcamientos y árboles exóticos como las jacarandas
que la mayoría del año no dan sombra y cuando echan las flores lo ponen todo perdido.
Se olvidan del día a día, de la vuelta del supermercado cargado con la compra, del paseo con
los niños, de los ancianos que buscan una sombra a la que sentarse a echar la tarde. Las
ciudades están dejando de ser amables, pensadas para que consumas, trabajes, vivas
encerrado en casa y no molestes, para la foto de postal con la que atraer turistas, o lucirla en
los días de fiesta, y donde caminar no apetece porque terminas ¡achicharraito!
Arrancar plantas para cementar y poner encima un bonito tapiz de diferentes derivados del
petróleo no es muy inteligente. No hay que ser muy listo para saber que el plástico se degrada
con los elementos naturales, generando micro y nanoplásticos que respiramos, perjudicando
nuestra salud y contaminando nuestros ecosistemas con gases de efecto invernadero y
partículas que terminaremos comiéndonos. Para los que el sentido común no es suficiente,
hay numerosos estudios científicos que lo demuestran.

Además, aumentan la temperatura de nuestras calles, disminuyen la biodiversidad urbana, y
generan focos insalubres por acumulación de residuos orgánicos, como excrementos de
perros, y hojas de árboles, inorgánicos, como colillas y polvos, y la humedad, ya que el agua no
se filtra en el suelo, sino que se acumula en el césped impermeable, siendo foco de plagas,
generando escorrentías, disminuyendo el frescor y la vuelta del agua al ciclo natural.
Si a esto le sumamos, el gasto de agua para limpiarlo, el energético para su creación y las
grandes toneladas de residuos difíciles de reciclar cuando a los diez años se cambia, porque
habrá que cambiarlo, el disparate alcanza proporciones colosales.
Pero no es solo lo que genera, es que prescindir de vegetación natural es prescindir de los
servicios ecosistémicos que nos ofrecen. Capturan gases de efecto invernadero, generan
biodiversidad urbana, limpian el aire contaminado que respiramos cada día, y nos hacen vivir
en una bella ciudad, detalle que nos sube el ánimo, disminuye el estrés y nos invita a pasear,
relacionarnos y crear comunidad.
Este trampantojo de naturaleza de plástico, me ha recordado la frase de John Lennon que nos
recuerda la importancia de vivir el día a día, el momento, de cuidar los detalles, las cosas
pequeñas: «la vida es eso que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes». Yo la
adapto para explicar la hipocresía de nuestros políticos: el cambio climático es eso que sucede
mientras hacen planes en las Cumbres de la Tierra para reducir los gases de efecto
invernadero, implementar la agenda 2030, y plantar árboles que no pretenden regar.
Me sumo a las Memorias del Espantapájaros de M-Clan, y no quiero ver más flores de plástico,
ni césped artificial y sí muchas plantas en las ciudades.